Crítica de “Hombre muerto”: una fábula argentina con Osvaldo Laport y Diego Velázquez

Hombre Muerto (2024) se adentra en el imaginario del western para contar una historia profundamente arraigada en la idiosincrasia nacional. Dirigida por Andrés Tambornino y Alejandro Gruz, la película es una fábula que explora la construcción de una leyenda y las luchas de un pueblo que intenta sobrevivir en tiempos difíciles.

Osvaldo Laport protagoniza el film como Almeida, un forastero que vive con su esposa embarazada a las afueras de un pequeño pueblo. Su estilo de vida es anacrónico, casi como si estuviera viviendo en el siglo XIX. La comunidad está en declive tras el cierre de una mina que solía ser la fuente de prosperidad. Cuando un extraño llega al pueblo con una oferta de progreso, se necesitan manos fuertes para llevar a cabo una tarea que podría cambiar la suerte de todos. Almeida parece ser el candidato ideal para el trabajo.

El pueblo tiene su propia estructura de poder, representada por personajes como el cantinero (Daniel Valenzuela), el cura (Roly Serrano) y el comisario (Sebastián Francini). Estos personajes simbolizan las instituciones tradicionales que influyen en el destino de los habitantes, proporcionando un marco para la narrativa del film. Sin embargo, a medida que Almeida se encuentra ante estos poderes establecidos, se convierte en un desafiante silencioso, un héroe anónimo que se ve impulsado a actuar en representación de los deseos reprimidos de la comunidad.

La película también explora las creencias y supersticiones del pueblo. Los habitantes convierten en una especie de santo a Almeida, basando sus creencias en sus supuestos actos. Este fenómeno de la transformación de la realidad en fantasía es fundamental para la trama, ya que muestra cómo los personajes moldean su percepción de los eventos para crear sus propias leyendas.

Hombre Muerto logra un equilibrio entre el estilo clásico del western y las complejidades de la cultura argentina contemporánea, creando una narrativa rica en matices y con un ambiente que recuerda a los relatos del lejano oeste. Los elementos de aventura y el simbolismo inherente en las figuras bíblicas hacen que el espectador se sienta inmerso en un mundo donde la línea entre la farsa y la realidad es difusa, permitiendo múltiples interpretaciones sobre el significado y el impacto de las acciones del protagonista.