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Crítica de "Rebel Moon - Parte 2: La guerrera que deja marca": la debacle de Zack Snyder

Zack Snyder (director, productor, guionista, cinematógrafo) es un cineasta innegablemente visionario pero en algún momento de su trayectoria su visión se volvió irreconciliable con su talento y en Netflix se presta a una grotesca decadencia como Elvis en Las Vegas.

sábado 20 de abril de 2024

Hay peores películas que Rebel Moon - Parte 2: La guerrera que deja marca (Rebel Moon - Part Two: The Scargiver, 2024), pero pocas son tan agresivamente contraproducentes como ésta. La intención es clara: reinterpretar Star Wars en la escabrosa clave de Frank Frazetta, cuyas ilustraciones en los 60s y 70s definieron la estética del género de espada y hechicería, cuando la fantasía, el horror y la ciencia ficción se confundían en su fascinación (y explotación) por lo desconocido. Pero no hay nada en el díptico de “Rebel Moon” que sugiera que Snyder entiende su propio material. Se limita a posar a sus actores y fetichizar cada plano como si la grandilocuencia de su estilo elevara la (in)sustancia de su contenido. La iconografía es llamativa, pero no hay nada debajo.

La película continúa la premisa absurda de que un imperio militar intergaláctico que ha dominado el viaje interestelar, colonizado cientos de planetas, descubierto el plano astral, desarrollado armas láser, creado robots sentimentales y hasta tiene la tecnología para resucitar a los muertos… jamás descifró la agricultura y depende de un miserable pueblito medieval y los pocos costales de harina que le puede tributar para mantenerse en poder. La película depende de que esos costales de harina sirvan de rehenes, y que la cúpula militar del imperio esté dispuesto a inmolarse en una guerra por ellos.

Hacia el final de la primera parte Kora (Sofia Boutella) y Gunnar (Michiel Huisman) regresaban al pueblito rebelde de Veldt con apenas cuatro guerreros que habían reclutado para defenderlo, completando la primera mitad de una versión patética de Los siete samurái (1957). La segunda parte se divide en dos largas horas en las que los guerreros entrenan a los granjeros (en varios montajes que para nada demuestran su ineptitud o vulnerabilidad) y luego pelean en un enorme e incoherente asedio. Si la acción cuenta con algunos momentos heroicos pasables, se ve constantemente interrumpida en la edición y no termina de formar una sola secuencia memorable.

Donde “The Scargiver” podría haber remontado un poco su ridícula trama sería con personajes queribles, complejos o aunque sea interesantes. La película ofrece personajes de cartón interpretados por actores de madera. Los guerreros son puras poses y vestuario. Como todos son tan chatos se inventa una escena donde los granjeros le explican a cada uno su personalidad y como han afectado sus vidas (en escenas inexistentes). Y como los héroes apenas se relacionan entre sí y carecen de dinámicas interpersonales, se inventa otra escena en la que se turnan cada uno para explicar qué los motiva. Todos cuentan la misma historia - el imperio vino y mato a todos - pero la película no deja de gastar el tiempo mostrando, uno por uno, el mismo flashback.

Del lado de los malos la cosa es todavía más insípida. Vuelve el villano de la primera parte, Noble (Ed Skrein), cuya muerte no lo ha convertido en un adversario más intimidante o formidable y en la segunda ronda hace todavía menos que en la primera. Para cuando finalmente atacan el pueblo, su superioridad tecnológica desaparece y es reemplazada por artillería arcaica que parece salida de la Segunda Guerra Mundial, como para empatar sus uniformes de Hugo Boss y de paso darles una chance a los campesinos.

Nada acerca de esta segunda y, por ahora, última parte sugiere que Zack Snyder no podría haber condensado su versión derivativa de Star Wars en una sola película. Ni se hace desear una reedición aún más larga y de categoría “adulta”, como el director amaga para fin de año. Snyder es un iconoclasta efectivo pero totalmente superficial, arquitecto de momentos que deberían ser emocionantes pero incapaz de capturar o producir emociones por más que siga la receta.

4.0
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