Crítica de "La ruptura": Marina Glezer y un amor en tiempos de resistencia

La trama sigue a Julia, quien decide dejar a Pablo y al pueblo que se ha construido con base en el amor y la lucha colectiva. La resistencia local, que se opone a la explotación comercial, se convierte en un telón de fondo simbólico para la historia de Julia, que oscila entre el apego y la búsqueda de libertad. Glezer, conocida hasta ahora por su trabajo actoral y su incursión detrás de cámaras en cortometrajes, demuestra valentía al abordar temas complejos y contemporáneos en su debut en el largometraje.

Uno de los puntos más destacados de La ruptura (2024) es la forma en que Glezer utiliza el entorno natural del pueblo costero para reflejar el estado emocional de los personajes. La fototografía captura la rusticidad y la belleza salvaje del lugar, creando una atmósfera cruda y realista que resalta la independencia y la fuerza de la comunidad.

Sin embargo, a pesar de sus aciertos visuales y su ambición temática, la película no logra alcanzar todo su potencial. El desarrollo de los personajes a veces se siente apresurado, y la narrativa, aunque rica en simbolismo, puede resultar dispersa y confusa en algunos momentos, lo que afecta el ritmo y la cohesión de la historia.

La actuación de Catalina Silva Bachino como Julia es convincente y auténtica, transmitiendo la lucha interna de su personaje con una sutileza que se aprecia. Alfonso Tort, por su parte, aporta una presencia sólida y complementa bien el conflicto central de la película. El elenco de apoyo, incluyendo a Adriana Ferrer y Sergio Gorfain, contribuye de manera efectiva.

La ruptura plantea una reflexión interesante sobre el amor y la libertad en tiempos de neoliberalismo y ultraderechas, mostrando cómo las decisiones individuales pueden influir en la colectividad. La película sugiere que la verdadera libertad se encuentra en la capacidad de ser, dudar y volver, más allá del deseo de poseer.